domingo, 26 de julio de 2009

De los "trajes" de Camps a las "embajadas" de Carod Rovira

 

Más allá de sus diferencias, Camps y Carod Rovira expresan el grado de nepotismo, corrupción e impunidad que caracteriza la actuación de las castas políticas locales


Dos de los más significados barones autonómicos acaparan los titulares de los medios. El tripartito catalán, como la parte más beneficiada del nuevo reparto del "botín autonómico". Y Francisco Camps, presidente de la Generalitat valencia, acosado por la investigación judicial del "caso Gürtell". Ambos, más allá de sus diferencias, expresan el grado de nepotismo, despilfarro y corrupción que caracteriza la actuación de los modernos caciques parapetados tras los gobiernos autonómicos.

En ambas comunidades, Cataluña y Valencia, se ha levantado algo muy parecido a un régimen de poder donde reina la impunidad.
En Valencia –como en Madrid o Murcia- sobre la base de la aplastante y prolongada hegemonía electoral del PP. En Cataluña, a través de la entronización de una especie de "consenso nacional" –excluyendo de él a "intrusos" como Ciutadans- entre la práctica totalidad de las fuerzas políticas oficiales.

Dentro de esa estructura de poder endogámica todos los desmanes son posibles.

El estallido de la "operación Gürtell" ha sacado a la luz las formas y maneras de una parte –y no la más importante- de ese oscuro entramado.

La anécdota son los "regalos" a Camps. Los 18.000 de los famosos trajes son una simple minucia comparada con los dispendios habituales de los caciques autonómicos.

Lo relevante es como, a través de la cercanía política y personal al poder político, la trama presidida por Francisco Correa o el Bigotes obtenía jugosas contratas públicas adjudicadas a dedo en Valencia, o ejecutaba fraudulentas operaciones urbanísticas en Madrid.
Alcaldes o consejeros recibían dádivas, y los presupuestos autonómicos engrasaban la máquina de hacer dinero.

Durante años, este sistema funcionó con corrupta normalidad, dada la impunidad y falta de control con que los responsables autonómicos manejan los dineros públicos.

El mecanismo de la trama se reproduce en una escala mucho mayor –y de mayor gravedad, aunque no existan por medio los famosos regalos en especie- con los principales constructores o en el seno de las cajas de ahorros.

Ahora, Camps comparece en el banquillo. En Cataluña todavía esperamos que alguien sea capaz de poner el cascabel judicial al gato. Y no porque el grado de despilfarro y corrupción sea menor.

Hace unas semanas, Montilla anunció a bombo y platillo un "plan de austeridad" donde se recortaban 900 millones del gasto público autonómico. Pero después de que la nueva financiación autonómica regara al gobierno catalán con 3.845 millones adicionales, hay más margen para el despilfarro, y los planes de ahorro han sido inmediatamente retirados.

Bajo la batuta de Carod Rovira, se ha disparado la financiación de delirantes proyectos identitarios. Destinando a la "política exterior catalana" 2,2 millones de euros anuales –un 63% más que hace un año-. Abriendo embajadas en Nueva York, Londres, París, México o Buenos Aires.

Con centro en la Generalitat se ha creado una auténtica red de corrupción que ha pagado 31 millones de euros de dinero público por informes inexistentes como "El seguimiento de la concha brillante" o "Diseño de parchís y puzle de la casita de cartón recortable". Sutilmente adjudicados cada uno de ellos por menos de 12.000 euros, cantidad que no necesita ser sometida a concurso público, y que ha sido pagada a ex diputados o ex asesores de PSC, ERC e ICV.

Al mismo tiempo, el gobierno catalán ha engordado un gigantesco aparato burocrático, a cuyo frente se encuentran 219.000 funcionarios –frente a los 165.000 que existían en 2006-. De hecho, los gastos de personal constituyen la principal partida de gasto de la Generalitat, muy por encima de las inversiones.

Este es el grado de nepotismo, corrupción e impunidad que caracteriza la actuación de las castas políticas locales.


jueves, 2 de julio de 2009

La Ley de Educación en Cataluña, aprobada con el 90% de los votos de "derecha" e "izquierda"

Se necesita en Cataluña y en el resto de España, una educación pública que garantice la igualdad de oportunidades. Una potente educación pública, española y científica, democrática y progresista, y ya


Por Eduardo Madroñal

 

La nueva Ley de Educación en Cataluña ha sido aprobada en el Parlamento catalán con el acuerdo de los tres partidos que componen el tripartito, PSC, ERC e ICV, y de CiU desde la "oposición". Sólo el PP y Ciutadans se opusieron. ¿En qué convergen todos estos partidos, aparentemente muy diferentes, para aprobar una ley que organiza un sector y una actividad de tanta importancia y envergadura como es la educación? Dos son las columnas. Primera, el establecimiento del catalán como única lengua a usar como instrumento para la enseñanza del resto de las asignaturas. Segunda, dar carta legal a la iniciativa de privatización, abriendo vías para la gestión privada de las escuelas públicos y priorizando la oferta de los centros concertados.

            Con la nueva Ley Educativa (LEC) se va a implantar un modelo lingüístico monolingüe. Asignaturas, material didáctico, circulares, libros de texto... todo se hará exclusivamente en catalán, que pasaría a ser la única lengua de uso en los colegios. ¿Defiende esta ley el catalán? No. Utiliza el catalán como forma de imponer el nacionalismo excluyente. A costa de convertirlo en una lengua impuesta al estilo franquista. Y lo único que producirá será rechazo. Esta ley es, en realidad, enemiga del catalán.

            Pero lo que es también importante, esta nueva ley educativa aparenta, con la propuesta de más autonomía en escuelas e institutos, de la posibilidad de gestión privada de centros públicos por parte de cooperativas de padres y entidades sin afán de lucro, una mayor participación de todos en la educación. Pero realmente propone el refuerzo del poder de las direcciones y de la capacidad de los centros para decidir los perfiles de los maestros y profesores, apoyándose en ciertos conceptos, como "autonomía de centros, direcciones profesionalizadas, gestión privada de los centros públicos, evaluación, y municipalización". Trata de implantar una gestión tipo empresa proponiendo un modelo escuela-empresa y una organización jerárquica de los centros educativos. Supone una iniciativa de privatización, que abre vías para la gestión privada de las escuelas públicos y prioriza la oferta de los centros concertados. Por ello, ha contado con el beneplácito entusiasta de CiU y el rechazo de la mayoría de las organizaciones sindicales de la enseñanza.

            La ley hace una clara apuesta por los centros privados subvencionados con dinero público (que en Cataluña son ya un 40 %), estimulando la oferta que derivará más dinero público para centros gestionados por patronales privadas (en su mayor parte religiosas). Se propone, por otra parte, una gestión autoritaria en los centros públicos. Se pretende reforzar la autoridad y funciones de las direcciones que podrán tomar decisiones en la gestión de los centros al margen del profesorado, de las asociaciones de padres y de los consejos escolares. Lo que se necesita en Cataluña, como en el resto de España, es una educación pública que garantice la igualdad de oportunidades. Una potente educación pública, de cultura española y de calidad científica, es decir, nacional, democrática y progresista.